El cuerpo lleva la cuenta

El cuerpo lleva la cuenta

Kolk, Bessel van der

28,00 €(IVA inc.)

El cuerpo lleva la cuenta, incluso de aquello que creemos que solo la mente registra. Los sucesos traumáticos que ni siquiera podemos recordar están ahí, en el cuerpo, y su impacto se manifiesta a través de gestos congelados, tics, miedos irracionales, poca energía vital, depresión, vergüenza, ansiedad o angustia. El cuerpo lleva la cuenta hasta de aquello que inconscientemente, para evitarnos un sufrimiento mayor, hemos borrado de la memoria. Hoy sabemos que, aunque la depresión puede tener diferentes causas, un importante porcentaje de casos tiene su origen en traumas no resueltos. Cuando experimentamos un suceso traumático, el cuerpo se reorganiza para lograr un único objetivo: la supervivencia. A partir de ese momento, la vida se convierte en una jungla, un laberinto imposible tan plagado de depredadores y peligros que toda la energía se concentra en la tarea de sobrevivir. Obviamente, este estado apenas deja espacio para el placer, el asombro, el entusiasmo o la creatividad. Tras el episodio traumático, la amígdala cerebral, cuya función es detectar la presencia de peligros que puedan suponer una amenaza a la vida, tiende a interpretar muchos estímulos externos como señales de peligro. “Aprende” a ver amenazas hasta en el más mínimo estímulo, y reacciona enviando potentes señales de alarma que desencadenan la liberación de cortisol y adrenalina, lo cual acelera los ritmos cardiaco y respiratorio, y eleva la presión sanguínea. Mediante escáneres cerebrales, se ha observado que, en estos casos, los lóbulos frontales, encargados de discernir si el peligro es real o imaginario, reducen su actividad al mínimo, de manera que el delicado equilibrio entre la amígdala (encargada de dar la voz de alarma) y los lóbulos frontales (encargados de comprobar si la amenaza es real o no) se rompe a favor de la primera. Para ilustrar este mecanismo, podemos recurrir al famoso ejemplo de la cuerda que parece una serpiente. Vamos caminando por el bosque y, de repente, vemos algo que nos parece una serpiente. La amígdala cerebral envía una señal de alarma para que se libere cortisol y adrenalina con el propósito de prepararnos para enfrentarnos a la serpiente o escapar de allí a toda pastilla. Los ritmos cardiaco y respiratorio se aceleran, la presión arterial aumenta, pero cuando prestamos un poco más de atención, los lóbulos frontales, siempre que se hallen en equilibrio, reinterpretan la información hasta llegar a la conclusión de que no se trata de una serpiente, sino de una cuerda. Seguidamente, poco a poco, el cuerpo va recuperando la calma y el equilibrio inicial. Lamentablemente, cuando los lóbulos frontales quedan silenciados, no vemos que se trata de una cuerda. En esas circunstancias, la susceptible amígdala puede llegar a interpretar hasta el más inocente comentario de un amigo, familiar o compañero de trabajo como una amenaza. Puesto que la voz de la razón, la voz de los lóbulos frontales, se mantiene inactiva, nada impedirá que la amígdala propague el estado de pánico, miedo, rabia o ira por todo el organismo. Lo que hace la amígdala es algo así como movilizar a todo un cuerpo de bomberos cada vez que vemos una cerilla. Este proceso puede repetirse varias veces a lo largo del día, lo que termina por agotar la energía vital de quien lo experimenta.

  • ISBN: 9788494759208
  • Editorial: Editorial Eleftheria S.L.
  • Encuadernacion: Rústica
  • Fecha Publicación: 01/02/2018
  • Nº Volúmenes: 1
  • Idioma: